No puedo creer que tú, el amor de mi vida aún ahora a pesar de todo, estés ahí sentado, mirándome, inmóvil e inmutable. ¡Hay, amor mío! ¡Tú lo sabías! ¡Sabías cuánto te amaba! Sin embargo, te fuiste. Has buscado consuelo en otros brazos, cariño en quienes sabes que no son más que mi reflejo. Y lo sabías muy bien; las buscabas a ellas y me encontrabas a mí.
Es tarde para que lo entiendas. Tu mente es un laberinto que mis labios no pudieron resolver, y del que mi ser jamás pudo salir. Me quedé atrapada en ti… (¿Cómo pensabas que iba a salir?).
¿Te acuerdas cuánto te hacía reír? Tu sonrisa ahora se ha disuelto en el aire; se imprimió en cada cosa que tocaste, en cada rosa que me diste. Pero ellas siguen vivas, y tú no. ¿Que cómo pasó?
Aún te oigo susurrarme en las noches de luna teñida de olvido, porque tus susurros se quedaron en mi almohada y tus pesadillas también. Tus susurros se volvieron mis sueños, y tus pesadillas mi realidad. Se convirtieron en esta realidad que no sabe hacer otra cosa que dibujarte en cada nube, respirarte a cada instante, dolerme a cada paso.
Pensé que te conocía; ahora sé que no. Tu tumba será un canto que no cesa nunca. Una felicidad que jamás llegó.
¿Que cómo pasó, amor mío?
Tal vez lo supimos desde el inicio. Desde tus forzados besos que sabían siempre a despedidas y tus despedidas siempre insípidas, siempre grises. Me descubriste desde mucho antes; me supiste desde la primera vez que me viste. Encontraste en mis ojos lo que más faltaba en tu alma. Y, después de adivinarme entre mil hojas de poemas y cuentos inconclusos, me dejaste. Me dejaste con la promesa de un mañana, pero me quedé atrapada en el ayer.
¡Hay, amor mío!
Ayer que caminaba por la calle, después de dejarte aquí sentado, vi tus ojos otra vez. Los vi en el cielo; ahora eran uno solo. Y como siempre nos pasó, me dolía verlos de frente, tal cuales, desnudos y brillantes. Con tu sola mirada me quemabas la piel. Me lastimaba el verte, te dolía el lastimarle. Tal vez por eso preferimos la noche como cómplice, porque tus ojos se escondían hasta el otro día; porque nos amábamos sin vernos, nos sentíamos sin conocernos. Porque tus ojos no estaban para verme. Porque sólo la luna te aceptaba como mío.
También es tarde para mí. Más que sólo palabras, es una confesión que nadie nunca leerá. Me voy a la estrella más lejana. No sé cuándo, ni sé si volveré.
Porque ya es tarde para mí. Escribo una confesión para un muerto. Yo, que ya estoy muerta. Yo que estuve muerta desde el instante en que respiré tu nombre. Desde el instante en el que me perdí en tu mundo, y me ahogué en tu esencia.
Pero no es un adiós, amor mío.
Es un hasta luego. Es un hasta siempre.












